Los sueños se fueron acumulando bajo aquella atmósfera oscura que los comprimía. Por eso y más te cansaste de vivir en tu Isla.
Tras varios intentos y ya muy agotado, lograste salir de ella pensando quizá en no volver. Tu cultura no cabe en una balsa o equipaje de avión. Aún así vino contigo y no perece aunque lo intentes. Esparces su semilla en una nueva tierra, pero la planta no crece igual. El tallo nace solitario y enjuto. Se enreda con las flores silvestres y frías de un terreno arenoso.
Pero con el tiempo, a falta de opciones se expande y casi parece un jardín.
Comprendes que siempre serás el fruto de otra tierra, un nostálgico meditabundo, absorto en las montañas verdes de su propio espejismo.
Un día decides el regreso para besar de nuevo tu suelo. Entonces descubres que su otrora húmeda tierra, ahora es fango y te ahogan los senderos con su estrechez. El sopor oprime. Nada ha cambiado... pero tú si.
Ya no eres de esa tierra, entiendes que tus raíces no prenderán en ella... Que morirías si el destino te impusiera un regreso definitivo.
Te devuelves luego con esa extraña sensación de no pertenecer a nada, colgando tus pies sobre el vacío, cual si fueran raíces hambrientas. Eres un ente que se mueve por el mundo sin un lugar donde anclar tu pequeño terruño viajero.
Eso bien lo sabes tú, amigo que viniste de cualquier lugar. Puede que cantes tu incertidumbre, la recites, la bailes o tal vez la rumies sin entender que te pasa. Yo solo sé compartirla en este cuadro que me retrata, al igual que a ti.