Antes, cuando nos gustaba una canción, comprábamos el disco completo. De los diez a quince temas que incluía el álbum, puede que nos motivaran solo cinco o seis, los demás resonaban en las bocinas sin entusiasmarnos mucho o puede que incluso nos disgustaran. Sin embargo no desechábamos el disco por eso. Hoy en día consumimos solo lo que nos gusta, descargamos las canciones preferidas y creamos nuestras propias listas de reproducción para mantener las emociones al máximo a cada hora del día y de la noche. Pero esa increíble comodidad pudiera resultar excelente si no hubiéramos trasladado el mismo estilo de selección al ámbito las relaciones personales. Es verdad que podemos escoger las amistades de entre un grupo de personas muy variado, pero a nivel particular, cada ser humano es como un disco con canciones buenas y malas. El problema radica en querer beneficiarse de las virtudes de un individuo y al mismo tiempo aplicarle cero tolerancia a sus faltas. Tal vez el incremento del egoísmo, de las perretas y depresiones por no obtener lo que se quiere, sea el resultado de intentar quebrar como vasijas a las personas, solo para conservar sus pedazos más coloridos y brillantes. Los humanos no podemos partirnos de esa forma. La belleza de nuestro ser consiste en una mezcla de días grises y días claros. No se puede ser bueno y feliz todo el tiempo porque acabaríamos afligidos de bondad y aburridos de felicidad. Este nuevo método de elección aplicado a las personas, es un retroceso provocado por un sistema que evoluciona demasiado rápido aún para los más jóvenes. La naturaleza humana no se puede violentar. La conciencia seguirá intentando equilibrar los opuestos sin suprimirlos, por lo que más armonía entre la mente y el verdadero ser interior, evitará que nuestras relaciones terminen esparcidas por el suelo, cual pedazos de vinilo.